Cuando me refiero a “síntoma” estoy hablando del “malestar humano” en general, presente en cualquier momento de nuestras vidas, en sus múltiples y variadas manifestaciones ya sean físicas y/o psicológicas y en sus diferentes niveles de intensidad y duración. Cada uno de nosotros vive su “síntoma” y eso no siempre es sinónimo de psicopatología, de hecho lo es mucho menos de lo que creemos, porque lo que caracteriza la existencia humana no es la felicidad, la plenitud, la realización, el bienestar, la satisfacción.… eso son los objetivos vitales en los que nos afanamos a lo largo de nuestra vida porque precisamente carecemos de esas condiciones. Lo que impulsa nuestro deseo es la carencia no la posesión, dicho de otro modo, sólo se puede desear lo que no se tiene.
Otra cosa es que tratemos de “hacer algo” para pensar que lo podemos conseguir de algún modo, como lo ha hecho la especie humana desde que existe con sus diferentes herramientas (cultura, religión, filosofía, poder…) y en las distintas etapas de su historia (prehistoria, época medieval, renacimiento, modernidad.…)
Si bien la sociedad actual, calificada de hedonista y narcisista, se empeña en hacernos creer en la posibilidad de ser felices, guapos, competitivos, exitosos… no conviene silenciar, negar, eliminar, camuflar o evitar el “síntoma” que cada uno conlleva, porque en realidad éste síntoma es un pozo de conocimientos e intuiciones sobre nosotros mismos, nuestro dolor, nuestras dificultades y nuestras posibilidades de afrontarlo y aliviarlo. Esta realidad interna entra en contradicción con todo lo que nos rodea (publicidad, medios, redes, política…) y que nos empuja al “imperativo de ser felices” algo que paradójicamente nos provocará la frustración de no poder conseguirlo. Es decir, que toda intencionalidad de conseguir tal propósito estará indefectiblemente abocada al fracaso porque el sufrimiento humano es inevitable y universal.
A veces los peores momentos de nuestra vida son los que nos llevan a entender nuestra valía. Es como si adquiriéramos consciencia de nosotros mismos a través de un puente entre todo lo que ha sucedido y todo lo que sucederá. Nuestras experiencias dolorosas no son un hándicap, nos proporcionan perspectiva, conocimiento, experiencia y la oportunidad de encontrar algún objetivo diferente y mejor.
Pero para ello es necesario asumir la responsabilidad de los sentimientos, de lo que nos duele, nos molesta, nos enfada… dejar de reprimirlos, de evitarlos y de culpar de ellos a los demás. Si responsabilizamos a los demás de nuestra infelicidad o de nuestro bienestar estaremos sintiéndonos como unas víctimas y por tanto, como alguien que no tiene responsabilidad sobre su propia existencia.
También es cierto que es mucho más fácil y cómodo hacer responsable de nuestro dolor a alguien o a algo que asumir la responsabilidad de poner fin a nuestro propio victimismo. Creo que una buena definición de víctima es alguien que pone el foco exclusivamente fuera de sí, que busca en el exterior a otra persona a quien culpar de sus circunstancias actuales, que cree que determina sus objetivos vitales, su destino o su valía personal. Alguien que queda fijado “en lo que es” por culpa de otro y no “en lo que puede hacer” por ella misma.
La mayor prisión está en la propia mente y uno tiene la llave en el bolsillo. Voy a a acabar con unas palabras de Victor Frankl que como sabéis fue un psiquiatra y filósofo judío superviviente de los campos de concentración nazis: “La búsqueda por parte del hombre del sentido de la vida constituye una fuerza primaria. Este sentido es único y específico en cuanto es uno mismo y uno sólo quien tiene que encontrarlo. Únicamente así logra alcanzar su propia voluntad de sentido. Cuando renunciamos a asumir la responsabilidad por nosotros mismos, estamos renunciando a nuestra capacidad de crear y descubrir sentido.”